16 de febrer 2014

Vidas ~ IV


Los asientos opuestos dan mucho de sí, para observar y para sentir. Él lo sabe y lo practica, sobretodo desde que hace cinco años se le enteló el ojo derecho. El izquierdo era inservible desde que nació. Así que poco a poco la luz se le fue apagando la luz. La vista, como una ventana al mundo, lo facilita todo, pero ¿qué pasa cuando ya no está? Extender los sentidos que aún quedan e idear nuevas alternativas para sentir aquello imperceptible es el camino.

Antonio se sienta en el asiento del pasillo de los cuatro opuestos en el autobús. Le gustan especialmente las horas punta, hay mucho más movimiento de personas y se asegura víctimas incautas. Ellas se sientan a su lado y mientras consultan el móvil, leen el periódico o dejan la mirada perdida él huele, simplemente da la sensación que mira por la ventana pero él las huele.

Antonio reposa las manos sobre las piernas a la espera que llegue la parada de la chica de su lado. Entonces ella se levanta y la mano derecha de él poco a poco desciende hasta ponerla al costado. A la vez que ella pasa por delante de Antonio y gira hacia la derecha para situarse delante de la puerta, él extiende su dedo meñique a la espera de ese pequeño roce. La ropa cómo se desliza por su uña, y esa sensación junto al olor que le hace romper la ventana que una vez se empañó.


08 de febrer 2014

Vidas ~ III


- Perdona que te pare, pero es que la pareja de mi madre nos ha puesto un candado. ¿Te importaría dejarme tu teléfono para hacer una llamada?

Ella se lo quedó mirando. Era un chico joven, delgadito y tímido. Su madre y su hermana le esperaban cabizbajas delante de los contenedores de la basura.

Ella empezó a mirarse por dentro y a imaginar qué es lo que podía pasar. Podía negarse a la llamada de urgencia, caminar unos pasos hasta la entrada de su casa y volver a disfrutar de su anodina vida. Por otro lado podía dejarle el teléfono a ese chico para que llamase a un cerrajero, o para que simplemente saliera corriendo con un teléfono que no le pertenecía.

Y ahora, después de tres días sigue pensando en ese chico. Si era verdad que les habían puesto un candado. Si era verdad que las dos mujeres eran su madre y su hermana. Si era verdad que quería llamar a alguien. Si era verdad que no saldría corriendo con un teléfono ajeno. Si... si... si... pero se acabó el crédito de una sociedad que ya desconfía incluso del que tiene más cerca.


02 de febrer 2014

Vidas ~ II


Leía libros para ver películas, si ese pudiera ser el orden lógico de las cosas. Pero para su desgracia solía ser al revés. Al fin y al cabo, ver películas requería unas dos horas de esfuerzo en reposo, mientras que leer un libro le llevaba días, muchos días. Entonces veía películas, muchas películas, y esperaba hasta la última línea de los créditos para descubrir si estaba basada en alguna novela. Si era el caso, se hacía con el libro original e iba leyendo página a página. Era como quién está viendo la repetición de un penalti y a cada segundo aún conserva la inútil esperanza que el portero logrará parar el balón. De todas maneras, en este caso todo era mucho más factible, mucho más. De hecho, cuántas películas son exactas al libro y cuántos libros son exactos a la película, podría haberse apostado su vida a que ninguno cumplía esa afirmación. Entonces, página tras página, leía y recordaba la película en paralelo. Pensaba en que la siguiente escena aparecería en el siguiente capítulo y por suerte cada nueva página enriquecía todo lo que el fotograma había reducido a la mínima expresión. Es así como la tensión cinematográfica de tan solo un minuto le llevó a una llorera de treinta páginas.