16 de febrer 2014

Vidas ~ IV


Los asientos opuestos dan mucho de sí, para observar y para sentir. Él lo sabe y lo practica, sobretodo desde que hace cinco años se le enteló el ojo derecho. El izquierdo era inservible desde que nació. Así que poco a poco la luz se le fue apagando la luz. La vista, como una ventana al mundo, lo facilita todo, pero ¿qué pasa cuando ya no está? Extender los sentidos que aún quedan e idear nuevas alternativas para sentir aquello imperceptible es el camino.

Antonio se sienta en el asiento del pasillo de los cuatro opuestos en el autobús. Le gustan especialmente las horas punta, hay mucho más movimiento de personas y se asegura víctimas incautas. Ellas se sientan a su lado y mientras consultan el móvil, leen el periódico o dejan la mirada perdida él huele, simplemente da la sensación que mira por la ventana pero él las huele.

Antonio reposa las manos sobre las piernas a la espera que llegue la parada de la chica de su lado. Entonces ella se levanta y la mano derecha de él poco a poco desciende hasta ponerla al costado. A la vez que ella pasa por delante de Antonio y gira hacia la derecha para situarse delante de la puerta, él extiende su dedo meñique a la espera de ese pequeño roce. La ropa cómo se desliza por su uña, y esa sensación junto al olor que le hace romper la ventana que una vez se empañó.


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