22 d’abril 2015

Vidas ~ XVI


Cuando toco en el metro hay dos momentos mágicos
en los que el mundo parece detenerse.

Son pocas las veces que el pasillo se queda vacío, desierto y dispuesto a expulsar el silencio. Solo yo y mis notas lo habitamos, y parece como si estuviera en mi casa tocándole a mi abuela que me escucha desde su balancín.

La mayoría de veces somos yo, el instrumento y mi mirada cortada a los dos metros. La pared oprime mis notas y acaban escapando hacia los laterales, metros y metros recorriendo el pasillo del transbordo más largo que podáis imaginar. En alguno de los estribillos musicales giro la mirada y veo las caras, las personas, las prisas del tumulto. Pero alguna vez, alguien entre la marea mira hacia adelante y se quita los auriculares, disminuye el paso y cierra levemente los ojos. Durante ese momento de conexión puedo ver como sus pies levitan, sin embargo se interrumpe dramáticamente cuando me sobrepasa, y sin volver la mirada, se vuelve a poner los auriculares y continua su marcha con los pies ahora pegados al suelo de nuevo.

Cuando toco en el metro hay dos momentos mágicos
en los que el mundo se detiene.

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