Aquellos días en los que preparaba una ensalada fresca y tú unos sándwiches, los envolvíamos con uno de tus furoshikis y paseando llegábamos a nuestro rincón favorito. Era como un sueño sacarse las sandalias y dejar que nuestros pies jugasen entre sí mientras el Sena nos espiaba por debajo. Entonces, no sé como te las ingeniabas para sacar de detrás de tu espalda unas pequeñas copas y un benjamín fresquísimo. Me sorprendías, siempre lo hacías. Sonrojada te miraba de reojo y no podía parar de sonreír, sabía que te fundías. El verano dura poco a las orillas del Sena, y menos la primavera, pero la aprovechábamos. Quién sabe, quizás un día podamos hacer algo parecido sobre un barco, a lo largo del Sena. Me sorprenderás de nuevo, pero esta vez con deseos susurrados por la espalda mientras me como un petit four. Tus besos en la nuca me derriten.