De vuelta caminaba con un libro entre las manos, y fue al bajar la mirada, que se fijó en cómo había sido cortado el plástico transparente que protegía las cubiertas. Aquellos años en los que trabajé en la biblioteca... es lo que le vino a la cabeza y en ese mismo instante notó en las yemas de los dedos aquella aspereza que otrora sentía al volver a casa cada noche. Pero por las mañanas los hombres mayores seguían poblando las mesas, leyendo las noticias del día anterior, tintándose de oscuro los dedos, mientras los tenues rayos del sol otoñal les acariciaban la calva. A ratos se pasaban los estudiantes alborotando el ambiente, las hormonas hervían en sus venas y muchas veces ya no eran capaces de seguir el alfabeto para poder encontrar el libro deseado. Otras veces aparecían ojerosos, por el ocio o el estudio, y caían desplomados contra aquellas mesas inclinadas de tapiz de piel verde. Pero esos eran otros tiempos, aquellos en los que las fichas se consultaban y sellaban, los libros se perdían e incluso caían de aburrimiento estantería atrás. Esos mediodías tranquilos en los que nadie entraba y el polvo montaba pentagramas en el ambiente, solía quedarme mirando fijamente las estanterías imaginando otras maneras de ordenar los libros, por altura, por grosor, por color del lomo. ¡Qué feliz hubiera sido teniendo el arco iris dentro de mi biblioteca!
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