Un día te prometí que lo escribiría. Ayer me fui a dormir con el inicio en la cabeza, pero no lo escribí pensando que me acordaría. Sigo ahí, sin escribir, he olvidado esa frase y te debo aquel relato. Una visión que ha quedado en el limbo hasta que consiga bajarla de nuevo al mundo de la realidad. Tan solo quería plasmar aquel instante brutalmente infestado de paradoja.
Me dirigía al trabajo en autobús, se había hecho tarde y ya no quedaban bicicletas en el servicio público. Además tuve que coger el primer autobús que pasase, aunque fuera a dar un poco más de vuelta. Así que este me llevó serpenteando entre las estrechas calles del barrio.
De bajada el autobús iba repleto de estudiantes y personas que se dirigían a su trabajo, se palpaba cierta tensión en el ambiente, no sé si porqué era lunes o porqué todos llegábamos tarde. Me froté los ojos e intenté estirar mi cuerpo sin moverme con un bostezo hacía mi interior, sí, todo muy íntimo.
Ya que llegaba tarde empecé a mirar el correo electrónico en el móvil para ir avanzando. Entonces giré la cabeza y les vi allí. Dos hombres barbudos con largos abrigos grises junto a la fuente pública, de pie, cogiendo el carro de la compra, ahora maleta, con sus pocas pertenencias y mirando el autobús pasar. Vidas separadas en mundos coexistentes que te hacen empezar la semana de una manera un tanto agridulce.
Quizás nadie más fue capaz de ver este instante, pero yo lo capté y me persigue. Veo sus caras y su aire impasible ante un teatro que pasa por su mirada. Sin embargo siempre les tocan entradas para las tragedias, nunca para las comedias. Cuando en realidad no queremos aceptar que solo hay boletos para la tragicomedia.
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