Estaba sutilmente borracho, y eso es un gran qué teniendo en cuenta que acababa de conocer a un irlandés de despedida de soltero. Estaba agradablemente gracioso e interesado, incluso era fácil de creer. Cuando volvió de la pausa le dije que se sentara a la vera de su futura mujer, lo que provocó empezar a decidir dónde viviríamos, coincidimos que una granja podría ser un buen lugar.
Le pregunté qué es lo que quería, a lo que contestó que me quería a mi, interpreto que entera. Entonces le pregunté que antes de llegar a eso qué deseaba, y accediendo le di mis datos. Nos veríamos al día siguiente, lo repitió un par de veces. No nos despedimos, nos íbamos a ver al día siguiente, y aunque no me hubiera dejado ir, simplemente acarició con la palma de su mano el arco de mi espalda.
Este suave recuerdo que mantengo de una persona a la que probablemente no vea nunca más, y aquel y si que me martillea mentalmente cada vez que intento una nueva combinación de palabras en el buscador. Pero no aparece, como si fuera una persona inexistente o producto de mi mente. El hombre de mi vida, al que pude tocar, al que miré a los ojos y al que dejé pasar.
Cómo pude dejarlo todo al azar...
Créame, es infinitamente mejor el recuerdo que tiene de él que él mismo. No lo vió en una primera cita pero seguro que tiene ese maldito defecto que usted no soporta en un hombre y una irrefrenable tendencia a hacer ese ruidito que usted detesta. Pero hace bien en no olvidarle, al recuerdo me refiero. El recuerdo será siempre perfecto.
ResponEliminaPues estamos en eso, en encontrar ese maldito defecto para que cuando lo encontremos seamos capaces de relativizarlo y seguir caminando codo con codo.
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