La debilidad, pero no la debilidad positiva de caer en una tentación dulce. No. La debilidad del ser, la carne que cae en pozos y no tiene manera de ascender. El dolor de siempre ser pasto de los actos ajenos y no poder controlar nuestras reacciones. Un cuerpo caprichoso que se encoje al menor rechazo y se revuelve formando un ovillo pequeño, pequeñito, que rueda y se ahoga en un pequeño vasito de agua. Ni con la droga más dura es capaz de luchar, porque una vez has bebido de ella ya tendrás sed para toda la vida. Caer, y caer, y recaer, y volver a caer sin la decencia de ser impenetrable e inmutable. Esas capacidades que alaban cuando las dices y todos quieren para sí mismo, pero que no tienen, al menos yo no. Soy de carne y hueso, vulnerable por todos los costados. No me salvo y me hundo. En un nudo, en un puño, cogido con una cuerdecita y lanzándome al fondo del lago.
La vida caprichosa,
te da lo mejor y lo peor,
en el mismo día.
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