Estaba sutilmente borracho, y eso es un gran qué teniendo en cuenta que acababa de conocer a un irlandés de despedida de soltero. Estaba agradablemente gracioso e interesado, incluso era fácil de creer. Cuando volvió de la pausa le dije que se sentara a la vera de su futura mujer, lo que provocó empezar a decidir dónde viviríamos, coincidimos que una granja podría ser un buen lugar.
Le pregunté qué es lo que quería, a lo que contestó que me quería a mi, interpreto que entera. Entonces le pregunté que antes de llegar a eso qué deseaba, y accediendo le di mis datos. Nos veríamos al día siguiente, lo repitió un par de veces. No nos despedimos, nos íbamos a ver al día siguiente, y aunque no me hubiera dejado ir, simplemente acarició con la palma de su mano el arco de mi espalda.
Este suave recuerdo que mantengo de una persona a la que probablemente no vea nunca más, y aquel y si que me martillea mentalmente cada vez que intento una nueva combinación de palabras en el buscador. Pero no aparece, como si fuera una persona inexistente o producto de mi mente. El hombre de mi vida, al que pude tocar, al que miré a los ojos y al que dejé pasar.
Cómo pude dejarlo todo al azar...